Hay escritores que necesitan establecer un horario rígido para escribir. Algunos lo hacen de noche o se levantan al amanecer; para otros, en cambio, es imposible determinar un momento del día, ya que no consiguen la concentración necesaria mediante una rutina diaria, sino más bien lo contrario: persiguen la inspiración allá donde los encuentre.
Pero lo que es absolutamente recomendable es RESERVAR CADA DÍA un espacio de tiempo para la escritura.
El escritor está inmerso en su mundo paralelo las veinticuatro horas del día, haga lo que haga. A esto se refiere Thomas Bernard cuando dice: "Mi vida está clarísima. Me resulta totalmente claro que tengo que hacer mi trabajo; todo lo que estorba a ese trabajo lo elimino, todo lo que lo favorece, me interesa. O sea, que, por una vez, las cosas son muy fáciles."
El tránsito de la realidad a la ficción no siempre es fácil. Es larga la lista de escritores –según relatan- que llegan a un punto de concentración y vivencia de la historia que casi pierden la relación con su realidad cotidiana durante el tiempo de máxima conexión con esa otra "realidad" en la que se ha convertido su texto.
Su vida diaria queda reducida a comer algo frugal, a veces olvidándose hasta de eso, dormir poco y escribir sin parar las veinticuatro horas del día, como si se tratara de una obsesión de la que no pueden escapar.
Llegan a habitar en su propia trama, en la propia historia que están tejiendo.
De la misma manera, cada cual tiene sus pequeños rituales para escribir. Ninguno es definitivo y todos son igual de valiosos y útiles. Hay que estar atento solamente para descubrir cuál es el que nos sirve personalmente, y, a veces, esto cambia según el momento, o según aquello que estemos escribiendo.
Hay que probar a escribir con diferentes materiales: algunos sólo pueden escribir poesía con pluma estilográfica, en un cuaderno, y en cambio, no les causa ningún problema escribir prosa con el ordenador. No es lo mismo escribir con plumilla en una pequeña libreta, que escribir mediante el teclado de un ordenador, como es obvio. Hay que encontrar el propio trampolín desde el que lanzarnos.
Tras estas nociones e impresiones, que a todos los escritores nos ocurren el algún momento de nuestras vidas, me gustaría ofreceros un decálogo con diez consejos importantes a la hora de establecer nuestros horarios, nuestro trabajo como escritores, en definitiva:
1. Reserva SIEMPRE un espacio para la escritura. Un espacio de tiempo y lugar, por supuesto, consagrados solamente a escribir. Defiéndelos como tu gran tesoro, como si fuera de vital importancia.
2. Busca un lugar (una habitación, una mesa, una biblioteca, un café...) donde puedas escribir sin demasiadas interrupciones.
3. Planifica tu tiempo y RESERVA UN ESPACIO CADA DÍA PARA ESCRIBIR.
4. Busca los materiales u útiles que te sirvan para disparar el proceso creativo: escribir a mano, con lápiz, con pluma, con ordenador… Cada uno somos un mundo.
5. Desarrolla la mirada del escritor, la que nada significa, la que sólo
comprende. Traduce la realidad según tu visión única.
6. Haz un viaje insólito: Cargado solamente con un pequeño cuaderno y un lápiz, sal a la calle con espíritu aventurero y registra la realidad en tu mente y en tu cuaderno, como si lo vieras y escucharas todo por primera vez. Recuerda que, una sola palabra, un solo rostro, una sola y simple imagen, pueden ser el germen de una historia e, incluso, de una gran novela.
7. Ejercítate en el proceso de “extrañamiento” de la realidad para asirla de nuevo.
8. La página en blanco refleja a menudo desconfianza ante la propia capacidad creativa. No te sientes a esperar que venga la inspiración divina, que las musas te conquisten con su belleza y sus cantos, simplemente escribe.
9. El sentido de la autocrítica es necesario, pero jamás hay que tener miedo a equivocarse. Del error se aprende, y mucho. Hay que lanzarse sin temor.
10. Ejercita SIEMPRE la observación, la atención y la imaginación; y no solo en tu labor como escritor, también en tu vida privada.
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